Si bien comenzaré esta pequeña entrada desde un punto de vista muy personal, me gustaría recalcar un aspecto en particular relacionado con el objeto de discusión de esta reflexión: la gramática. A pesar de que mi contacto con ella durante la ESO, bachillerato y el primer año de universidad no fue ni siquiera mínimamente agradable, estoy verdaderamente agradecida y cuanto menos sorprendida por haber aprendido a quererla, a aprenderla y a comprenderla. Creo que el órden de esos tres factores es a la inversa, pues la comprensión es la base del aprendizaje y comprender conduce a la motivación de querer saber más y más.
Dicho esto, considero que con la gramática sucede algo muy parecido: es la vía que nos lleva a comprender la lengua, por qué la utilizamos como la utilizamos. Es más, cabría decir que es realmente sorprendente, porque hace comprender que realmente sabemos muy poco y después nos ofrece todo. Es algo similar a preguntarle a un ciempiés cómo es capaz de andar con tantas patas y que al pensarlo se le olvidara cómo hacerlo porque hasta entonces, simplemente lo había hecho, no se había preguntado cuál era la manera de hacerlo.
Enseñar gramática es volver a enseñarle a caminar a ese ciempiés, pero no de cualquier manera o inconscientemente -como solía hacer-, sino enseñarle sabiendo por qué lo hace, cómo lo hace, qué hay detrás de todo ello. Por tanto, dejando las metáforas a un lado, adquirir conocimientos en torno a la gramática es importante para el uso consciente y razonado del lenguaje y más aún, diría que es imprescindible para valorar la creación del mismo en cualquier contexto y ámbito. Además, hay que tener presente que hay muchas maneras de hacerlo que se alejan de la tan temida manera “tradicional” y son increíblemente enriquecedoras tanto para el alumnado como para el propio profesorado.
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